Imitemos a los primeros cristianos, los cuales discutían fraternalmente sus diferencias doctrinales

    Discutir entre hermanos nuestras diferencias doctrinales es lo correcto. A todo lo largo del Nuevo Testamento vemos que todos los apóstoles, y más aún San Pablo, discutían con vehemencia, pero fraternalmente, sus diferencias doctrinales, a fin de no cargar con la grave responsabilidad de predicar una doctrina que no era la correcta, aunque él lo creyera así.

    Pablo manda a los cristianos a discutir con los errados. Hoy en día los cristianos piensan que para ser buen cristiano”, no se debe discutir de religión. Lo que no se debe es pelear, insultar u ofender, pero el verdadero cristiano no hace tal cosa cuando discute. Pablo siempre aconsejó a sus discípulos y hermanos discutir sobre religión; y él mismo lo hacía constantemente en las sinagogas, en el areópago, y donde quiera que alguien contradijera la sana doctrina. Pablo, hablando de cómo tenían que ser los pastores dijo lo siguiente:

 

    9 Retenedor de la fiel palabra que es conforme a la doctrina, para que también pueda exhortar con sana doctrina, y convencer a los que contradijeren. 10 Porque hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades, y engañadores de las almas, mayormente los que son de la circuncisión, 11 a los cuales es preciso tapar la boca; que trastornan casas enteras; enseñando lo que no conviene, por torpe ganancia.       (Tit 1:9-11)

    Son muchos hoy en día los que, contradiciendo esta enseñanza de Pablo, a quien dicen imitar, aseguran que lo único que ellos tienen que hacer es decir”, sin usar argumentos ni tratar de convencer a nadie.

    Pablo discutió con judíos y gentiles, usó argumentos, trató de convencer a otros, etc., porque sabía que tenía la verdad, que tenía la sana doctrina, y por tenerla, no le faltaban argumentos ni la ayuda del Espíritu Santo. Muchos de los que ahora dicen imitarlo solamente predican su doctrina, y si alguien les contradice, salen huyendo, porque saben que no tienen la verdad, y por lo tanto, les faltan los argumentos y la ayuda del Espíritu Santo.

    Los cristianos del primer siglo discutían vehementemente, pero con amor y justicia, sus diferencias doctrinales. Por lo tanto, no es malo discutir, como opinan algunos. A mi modo de ver se puede discutir, siempre y cuando el que discute lleve en su espíritu el deseo de convencer al otro de algo que él cree sinceramente; y siempre que en su propio espíritu deje abierta la puerta del entendimiento de forma que deje la posibilidad de ser convencido si es el otro el que tiene buenos argumentos.

 

    Así que, suscitada una disensión y contienda no pequeña a Pablo y a Bernabé contra ellos, determinaron que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalem, y algunos otros de ellos, a los apóstoles y a los ancianos, sobre esta cuestión.     (Hch 15:2)

    Lo que sucede muchas veces es que la gente no discute, sino pelea de palabras, trata de ofender, de irritar, de rebajar a su oponente y de burlarse de él, pero un verdadero cristiano no discute así. Los que proceden así no está discutiendo, sino peleando, tratando de vencer con armas indignas de una causa justa. El esgrimir los argumentos propios, aunque a veces alguien lo haga en forma vehemente (pero nunca ofensiva) no lo considero malo.

    Por qué muchos no quieren discutir. Hay varias razones por las cuales muchos hermanos no discuten sus diferencias doctrinales. La razón principal es la falta de fe. Unos creen que Dios, Cristo, o el Espíritu Santo fue el que les inspiró la doctrina en que ahora creen; otros fingen creer tal cosa. No obstante no se atreven a discutir con los que piensan diferente, porque se sienten inseguros. No tienen fe en que si realmente su doctrina es de lumínica procedencia, Dios, Cristo, o el Espíritu Santo le van a dar luces, argumentos y palabras para defender la verdad. No tienen fe en lo que les prometió Nuestro Señor Jesucristo en Lc 21:15, cuando dijo:

 

    Porque yo os daré boca y sabiduría, a la cual no podrán resistir ni contradecir todos los que se os opondrán.       (Lc 21:15)

    A otros lo que les sucede es que en realidad no creen en la doctrina que enseñan, pero la enseñan por conveniencias materiales; saben que es falsa, que no pueden defenderla, y por lo tanto, buscan cualquier pretexto para no discutir sus diferencias doctrinales.

    Todavía hay aquellos que creen lo que predican, pero no están seguros, saben que no pueden defender sus creencias, y su inflado ego les impide discutir si ellos consideran que pueden demostrarles que están equivocados. En pocas palabras, se aman más a sí mismos que a la verdad de Dios. Prefieren esconderse en el pretexto de que lo único que tienen que hacer es decir y luego huir”; de esa manera creen que salvan su ego, pues se figuran que nadie se entera de que están errados.

    Ninguno de ellos va a admitir que es por estas cuestionables razones que ellos no discuten. Ellos van a poner mejores pretextos.

    Veamos varios pasajes en los que vemos que los primeros cristianos discutían sus creencias. Hay creyentes que tienen doctrinas erradas y hasta heréticas, las cuales absorbieron al momento de convertirse, cuando aún no podían razonar sobre la Biblia por sí mismos, y aunque no tienen sobre qué base sostenerlas, desean mantenerlas a toda costa, pues temen a no saben qué, si la pierden; y por eso no las discuten. La saludable costumbre sobre la validez de las discusiones y disputas de argumentos entre creyentes, se puede apreciar en los siguientes pasajes.

 

17 Así que, disputaba en la sinagoga con los judíos y religiosos; y en la plaza cada día con los que le ocurrían. 18 Y algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos, disputaban con él; y unos decían: ¿Qué quiere decir este palabrero? Y otros: Parece que es predicador de nuevos dioses, porque les predicaba a Jesús y la resurrección.   (Hch 17:17-18)

 

    Y disputaba en la sinagoga todos los sábados, y persuadía a judíos y a griegos.

                                                       (Hch 18:4)

 

 

    Y llegó a Éfeso, y los dejó allí; y él entrando en la sinagoga, disputó con los judíos                                                                  (Hch 18:19)

 

 

    Porque con gran vehemencia convencía públicamente a los judíos, mostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo.         (Hch 18:28)

 

 

    Y entrando él dentro de la sinagoga, hablaba libremente por espacio de tres meses, disputando y persuadiendo del Reino de Dios. (Hch 19:8)

 

 

Examinadlo todo; retened lo bueno.     (I Tes 5:21)

 

 

    16 Toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia. 17 Para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra. (II Tim 3:16-17)

 

 

    Sino santificad al Señor Dios en vuestros corazones, y estad siempre aparejados para responder con mansedumbre y reverencia a cada uno que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros.       (I P 3:15)

    En todos estos pasajes percibimos que era costumbre de todos los apóstoles discutir sobre religión con los creyentes y con los incrédulos. Yo no sé de donde sacan ahora muchos hermanos tanto asco por la discusión fraternal de nuestras creencias, como no sea el temor a que les lastimen su ego si sus argumentos son errados. Hay sin embargo, aquellos a quienes su secta les prohíbe discutir, para que no se vean los errores y herejías que sustentan.

“La discusión es como la luz, molesta solamente a los que prefieren las tinieblas.”

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