Las
promesas de Dios no son incondicionales
Hay quienes creen que las promesas que Dios nos hace en las Escrituras
son de obligatorio cumplimiento por parte de
Dios, sin importar nuestro
comportamiento.
No he visto en toda la
Biblia una sola promesa divina que no tenga una condición expresa
o implícita. Hay quienes creen que ellos
se
apoderan de la
promesa, y ya tienen todo lo que
necesitaban. Veamos algunas
promesas, para mostrar cómo
siempre hay un
si condicional
en ellas.
Hay muchos creyentes que se imaginan que una vez que Dios promete
algo ya ellos pueden comportarse como les dé la
gana, porque de todas maneras
Dios está obligado a
cumplir. Pero de lo que ellos
no se dan cuenta es que, aunque
a veces en un pasaje de la Biblia se halla la promesa y no las condiciones
para su obtención,
después, en otro pasaje
que ellos no han leído o no han querido
entender, se halla la condición que Dios puso para el cumplimiento
de esa promesa. Sería bueno
para los que creen que las promesas de Dios son
incondicionales, que repasaran
todos los pasajes donde hay promesas y buscaran las referencias a otros
pasajes, para que vean que para alcanzarlas es menester cumplir algo
de nuestra parte, aunque sólo
sea el tener fe. Veamos lo que
el siguiente pasaje dice.
Y quedaréis en poca
gente, en lugar de haber sido
como las estrellas del cielo en
multitud;
por cuanto no obedeciste a la
voz de Jehová tu
Dios. (Dt
28:62)
En este pasaje se están refiriendo a la promesa de hacer que
el pueblo judío fuera numeroso como las
estrellas. Sin
embargo, es aquí donde
se registra que esa promesa les
sería cumplida si obedecían, no si desobedecían
los mandamientos de Dios. O
sea, la promesa no era
incondicional.
Son muchos los que se hacen la tonta ilusión de que después
que Dios hace una promesa ya pueden hacer lo que les venga en
ganas, porque ellos creen que Dios
está obligado a cumplir lo
que ellos imaginan que fue Su palabra. Cuando leen en la Biblia
una promesa de Dios sólo se
fijan, o sólo quieren
recordar, la parte que les
conviene, no las condiciones
implícitas o explícitas que Dios puso para el cumplimiento
de Su promesa.
1
Y
el Ángel de Jehová subió de
Gilgal a
Bochim,
y dijo: Yo os saqué de
Egipto, y os introduje en la tierra
de la cual había jurado a vuestros
padres; y
dije:
No invalidaré jamás mi pacto con vosotros;
2
con
tal que vosotros no hagáis
alianza con los moradores de aquesta
tierra, cuyos altares
habéis de derribar;
mas vosotros no habéis atendido
a mi voz. ¿Por qué
habéis hecho esto?
3
Por tanto yo también
dije: No los echaré de
delante de vosotros, sino que
os serán por azote para vuestros
costados, y sus dioses por
tropiezo. (Jue
2:1-3)
En este pasaje vemos que Dios dijo que no invalidaría jamás
su pacto (que es la parte que quieren
recordar), a condición
de que ellos no hicieran alianzas con los enemigos (que es la parte que no
quieren recordar). Así
proceden muchos cristianos ahora.
Recuerdan que Cristo nos libra de todo
pecado, pero no quieren recordar
que hay que arrepentirse de todo corazón de haberlos cometido,
y no seguir cometiéndolos.
En los siglos
16 y 17 había corsarios y
piratas.
Ambos se dedicaban atacar barcos en alta mar para matar y
robar. La diferencia entre un
corsario y un pirata, era que
este último actuaba por cuenta
propia, mientras que el cosario era enviado a hacer esas tropelías
solamente contra los barcos de la nación enemiga con la cual estaban
en guerra. Es
decir, el pirata era un bandolero por su
cuenta, no tenía
nación, y nadie lo
respaldaba. El corsario era un
bandolero autorizado por el gobierno de su
país, que servía
a su nación, la cual le
otorgaba lo que se llamaba una
patente de corso,
una licencia para asaltar, matar
y robar las naves enemigas.
Cuando Dios hace una promesa no nos da una patente de corso para hacer
lo que no dé la real gana,
en la seguridad de que aún así Dios estará
obligado
a cumplir su palabra.
Veamos.
Y nunca más quitaré el pie de Israel de la tierra que
yo entregué a vuestros
padres,
a condición que guarden
y hagan todas las cosas que yo les he mandado, toda la
ley,
estatutos, y ordenanzas, por
mano de Moisés.
(II Cr 33:8)
Algo parecido ocurre con la
salvación. Cristo la hizo por
nosotros, sólo tenemos que
aceptarla; pero no nos creamos que tenemos una
patente de corso para seguir pecando voluntariamente sin
perderla. Porque como todas las
promesas de Dios la salvación
también tiene sus condiciones: el verdadero y profundo arrepentimiento
del pecado, cosa que no puede tener
verdaderamente, quien constantemente
repite y repite voluntariamente el mismo
pecado.
En el siguiente pasaje vemos a David explicando a su hijo Salomón
cómo la promesa de Dios tenía sus
condiciones.
Para que confirme Jehová la palabra que me
habló,
diciendo: Si tus hijos
guardaren su camino, andando delante de mí con
verdad, de todo su
corazón, y de toda su
alma, jamás,
dice, faltará a ti varón
del trono de Israel.
(I R 2:4)
Como vemos Dios le dijo a David
si tus hijos
guardaren
,
de donde se deduce que si no lo guardaren,
la promesa no se cumple. Lo mismo podemos ver en I Reyes
3:14;
6:12-13 y
9:4-5. No nos dejemos
engañar, ni aún
a los grandes de la fe las promesas se les hicieron
incondicionalmente.
Las promesas de Nuestro Señor
Jesucristo, al igual que las de su Padre
Dios, son condicionales.
Por ejemplo, en Mt
6:14 Cristo dice que
Si perdonareis a
los hombres sus ofensas, os
perdonará también a vosotros vuestro Padre
Celestial, de donde se deduce
que si no perdonareis, no os van
a perdonar. Como
vemos, el
si
condicional, nos dice que la promesa
esa tiene condiciones.
Si vamos a Mt 17:20 veremos
que allí la promesa de poder pasar un monte de un lado a
otro, dependía de tener
fe como un grano de mostaza. Por eso dice:
Si
tuviereis fe como un grano de
mostaza
. Otro
tanto podemos ver en Mt
18:19, donde el Señor promete que
Si
dos de vosotros se convinieren en la Tierra de
toda cosa que
pidieren, les será hecho
por mi Padre que está en los
Cielos. Como vemos la
promesa no es incondicional.
En las cartas del Señor Jesucristo a las 7 Iglesias también
se perciben promesas
condicionales.
Al que
venciere le daré a comer
del árbol de la
vida. (Ap
2:7)
Eso implica que si no
venciere, no se le cumplirá
la promesa.
El
que venciere, no recibirá
daño de la muerte
segunda. (Ap
2:11). La promesa de no recibir daño de la muerte segunda
está atada a si
venciere.
Lo mismo podremos ver si vamos a leer Ap
2:17;
2:26;
3:5;
3:12;
y
3:21. O
sea, que constatamos que
las promesas de Dios no son
incondicionales. No nos hagamos pues la dañina idea de que
la gracia de Dios consiste en continuar pecando sin sufrir consecuencias
y sin perder la salvación.