Si Dios todo lo sabe, ¿por qué hay que
orar?
Muchas veces el cristiano
piensa que si Dios es omnisciente,
es decir, todo lo sabe, entonces, ¿para qué hay que orar, si Él sabe lo que uno necesita?
Sería
de preguntarse cuál es la razón para nosotros orar, si de todas maneras, como dice Nuestro Señor Jesucristo,
Dios sabe lo que necesitamos antes de que le pidamos.
“7 Y orando, no seáis prolijos, como los gentiles; que piensan que por su parlería serán oídos. 8 No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis
necesidad, antes que
vosotros le pidáis” (Mt 6:7-8)
Efectivamente, a mi modo de ver Dios, que conoce perfectamente la
evolución de los distintos fenómenos, tanto los de índole física como los de índole espiritual, se da cuenta de lo que vamos a
necesitar, aún antes de que nosotros nos
percatemos de que nos está haciendo falta. Eso, sin contar con
su presciencia, facultad que no sabemos si usa sólo
cuando lo desea o continuamente. Pues bien, si Dios está enterado antes de que
nosotros se lo digamos, ¿para qué decírselo?
Ahí es donde comienza la aplicación de la dinámica
celestial. Parece ser que, dado que Dios nos ha otorgado el
más absoluto libre albedrío, y dado que Él
mismo lo respeta con exquisito cuidado, mientras nosotros no oremos a Él, repito, no le
damos el “derecho”, por decirlo así, de intervenir en nuestros asuntos
en forma particular, personal, específica. Hasta ese momento Él sólo “puede” usar (pues así estableció Él mismo la norma celestial) el
derecho general que se reservó para la administración de los asuntos de todas
las criaturas; pero no “puede” ir más allá. No es que no tenga fuerza y poder para hacerlo, es que Él no se va por encima de
Sus propias normas de conducta que antes estableciera.
Por eso, si somos
víctimas de una tentación, concupiscencia o pecado, y no oramos a Dios, Él no viene a meterse en el asunto. Si sólo de boca para afuera oramos
para que nos libre de un pecado que nos agrada, Él se ve como si dijéramos “maniatado” por su
anterior disposición sobre nuestro libre albedrío. Pero si con todo el corazón le
pedimos que nos ayude, le damos el “derecho” de
intervenir en nuestros asuntos, y es entonces
cuando tienen lugar esos extraordinarios cambios de nuestra actitud y comportamiento.
Por eso es que a pesar de que sabemos que Dios sabe lo
que necesitamos, debemos orar. Orar no es enterar a Dios de algo que Él desconocía; si no darle oportunidad de entrar en un terreno que
por divinas disposiciones previas, Él mismo se
había vedado.
Por
eso se aconseja: “Orad sin cesar”, (I Tes 5:17). Por eso el mismo Jesús nos enseña a
orar en términos generales con el Padre Nuestro. Por eso ese pasaje Jesús lo dedicó a enseñarnos
sobre la oración. Yo testifico que la oración puede
hacer lo que no puede ni la energía ni el planeamiento ni la férrea voluntad ni
el valor ni la firmeza de carácter ni la astucia ni la inteligencia ni la experiencia
ni todo lo que puedan ustedes poner en la consecución de un empeño. Ahora bien, no se agarren de esa verdad los
vagos, los descarados, los negligentes y los “vive bien”, para descargar de sus hombros sus
responsabilidades y tareas con el pretexto de que ya tienen el asunto en
oración. Uno tiene que hacer lo que
corresponde. El pan
nuestro se pide en oración, pero trabajamos para ganarlo.
El que sustituye el esfuerzo
normal que le corresponde, por el pretexto de la oración, sólo
creeré que es sincero y honesto si veo que a la hora de comer en vez de pedir a otros o tratar de
inspirar lástima para que le den, reza el Padre Nuestro, (danos nuestro pan cotidiano) y se sienta
también a esperar sin hacer su parte. Lo creeré sincero si cuando desea
una ropa lujosa o un buen auto, solamente ora
y se sienta a esperar que aparezca.
También hay quien piensa que cuando él pida algo de Dios, lo va a
recibir en la forma más dramática y vanidosa que haya. No es así, la metodología divina no es igual a
la humana. Veamos el caso del sirio
Naamán, general leproso, que creía que Dios le iba a responder
a su manera, y por poco no alcanza
lo que imploraba.
Muchas veces los creyentes procedemos con Dios igual
que este general sirio procedió con Eliseo. El profeta le dio al leproso todo lo necesario para
curarse; pero por poco no se cura, porque Eliseo no siguió el método que el general creía que debía seguir.
Igualmente
muchos creyentes pedimos cosas a Dios, las cuales esperamos que Él haga en forma dramática y anonadante, en la forma que nosotros creemos que debía sernos dadas. Luego, cuando obtenemos la misma meta que
deseábamos, pero en forma que se nos antoja
natural y humilde, nos parece que
Dios no nos ha escuchado. Sí nos escuchó; lo que pasa es que no quiso estimular nuestra vanidad haciendo
portentos teatralescos, cuando podía
ayudarnos perfectamente por medios que a los demás les lucirían naturales.
Igualmente muchos creyentes piden a Dios saber la
verdad en religión, pero cuando
Dios les envía hermanos que discuten con ellos sus erradas doctrinas,
se sienten defraudados como
Naamán y piensan: yo creía que Dios dejaría Su Trono
en el Cielo y aparecería delante de mí para decirme cuál es la verdadera
doctrina.
“9 Y vino Naamán con sus
caballos y con su carro, y se paró a las puertas de la casa de Eliseo. 10 Entonces Eliseo le envió un mensajero, diciendo: Ve, y lávate siete veces en
el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio. 11 Y Naamán
se fue enojado, diciendo: He aquí yo
decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová
su Dios, y alzará su mano, y tocará el lugar, y sanará la lepra. 12 Abana y
Farfar, ríos de
Damasco, ¿no son mejores
que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré
también limpio? Y se volvió, y se fue enojado.”
(II R 5:9:12)
Al fin sus siervos le hicieron
razonar que si el profeta le hubiera pedido que hiciera algo difícil, teatral, dramático, seguramente
lo hubiera hecho. Por lo tanto, si le había pedido una cosa tan
sencilla como zambullirse siete veces en el río Jordán, ¿por qué no hacerlo? El general depuso su actitud, hizo aquella aparentemente tonta cosa
que le había mandado el profeta, y
quedó sano de su lepra. Si no
hubiera aceptado las disposiciones del profeta de Dios, hubiera perdido la bendición que le estaba reservada.
Otro tanto nos puede suceder a
nosotros, si cuando oramos, pensamos que la respuesta de Dios
solamente debe venir en forma dramática,
anonadante, teatralesca. Vale la pena aquí repetir el párrafo
precedente: “Igualmente muchos creyentes piden a Dios saber la verdad en
religión, pero cuando Dios les
envía hermanos que discuten con ellos sus erradas doctrinas,
se sienten defraudados como
Naamán y piensan: yo creía que Dios dejaría Su Trono en el Cielo y aparecería
delante de mí para decirme cuál es la verdadera doctrina,”
Busquemos la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.